
Había eco en el estadio, poca gente y escaso futbol en un inmueble desangelado.
Cruz Azul corría pausado, tibio, ante un Puerto Rico Islanders limitado que era superado (2-0) por una Máquina que cumplía con medianía el tortuoso compromiso de la Liga Campeones de Concacaf.
Con esta escuálida exhibición los boricuas se iban a casa eliminados del certamen, mientras los de La Noria se reafirmaban en los Cuartos de Final. Mero compromiso. Desquiciante parcimonia...
Porque el balón corría lento, proyectado por botines conformistas que entendían que sin aspavientos librarían la encomienda de entre semana. No es lo mismo. El nivel del torneo reducía los esfuerzos,comprimía los anhelos y desmoronaba la entrega máxima. Con poco alcanzaba, no había porque hacer más...
Desde el principio el contexto de la afronta había sido delineado con el gol de Mario Ortiz. Con ese tanto tempranero no había motivos para estirar el rendimiento. Había conformismo celeste e inoperancia visitante. Típico partido de Concachampions...
La Máquina no era mínimamente exigida. Por eso se amparaba en el toque, cambiaba la explosividad por la asociación intrascendente, era dominador sin rival y ganador sin sinodal.
La victoria era por inercia, porque así lo exigían las credenciales del club. No más... Son entrenamientos oficiales, con contrarios ingenuos y goles con lo menos.
Islanders se recargaba en la fuerza y en la vehemencia para encontrar sin trabajar futbolisticamente, mientras la oncena cementera flotaba y trotaba.
Luego Emanuel Villa 'despertaba' a la poca afición con un cabezazo colocado que, de manera efímera, reactivaba el interés y daba pulso a un partido muerto en emociones y austero en convicciones.
Gol que adornaba el tanteador, anotación que maquillaba el marasmo y el lento ritmo de un partido clásico de la zona...
Fuente: Record.com.mx
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